Cuando era niña disfrutaba jugar a las escondidas, creo que fue el juego que más emociones padres me producía, el sólo hecho de tener el poder de ver todo el panorama y que nadie pudiera hacerlo conmigo me hacía sentir estúpidamente grande, ver la cara de mis amigos buscándome, creándo estrategias entre ellos para poder dar con mi escondite, sin tener resultado alguno, vaya que me las ingeniaba para poder impedirlo, prolongando así el divertido jueguito... La adrenalina que esto meproducía me hacía sentir omnipresente, invensible, superior, claro que todo aquello terminaba cuando por fin lograban encontrarme, yo solía soltar una enorme carcajada que hacía rabear, a mis ya de por sí enchinchados compinches. Esas experiencias me gustaban tanto, y creo también que me dejaron tanto, que he pasado casi 25 años de mi vida buscando escondites, no me quejo, algunos buenos, otros no tanto, lo interesante es dar con sitios como éste.
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